Heráclito afirma que el fundamento de todo está en el cambio incesante. El ente deviene y todo se transforma en un proceso de continuo nacimiento y destrucción de cual nada escapa, o casi nada. Es que la muerte de 51 personas en una de las tragedias ferroviarias más grandes del país solamente hizo cambiar la vida de miles de personas a una angustia insoportable, mas no cambió nada más. Días de tristeza y de dolor para un pueblo que se vio conmovido por un hecho fatal en el que más de 700 personas resultaros heridas y poco más de medio centenar perecieron entre los hierros retorcidos de aquellos vagones.
Parece que tenemos un don, que pocas personas en el mundo tienen, y es el de anticipar las tragedias: "Tarde o temprano esto iba a suceder" decía un ciudadano que conversaba con otro mientras ambos esperaban uno de los colectivos que van para la Universidad Nacional de Río Cuarto. Pero parece ser que solamente nos quedamos ahí, en el entendimiento, en lo anecdótico, tan solo palabras.
Es que en esta Argentina en la que vivimos todos los días, la ideología reproducida por los aparatos ideológicos del estado, como la escuela, la familia, las organizaciones de toda índole, solamente construye individuos empíricos sometidos a dichos aparatos ideológicos. En un lugar como Buenos Aires, los trabajadores no van a dejar de utilizar el servicio a pesar de que su propia vida esté en riesgo, a pesar de que todos los días viajen como si fuesen cerdos en una jaula, simplemente por una razón: tienen que comer, tienen que trabajar.
En un país mezquino, donde los cuestionamientos a las instituciones son permanentes, pero nunca suficientes, en donde renegamos pero nunca accionamos, las cosas no van a cambiar. En otras palabras, transformamos nuestra energía activa en interés pasivo. Yo digo (tomándome el atrevimiento de cuestionar a Heráclito) que el cambio incesante está simplemente bajo un estado de apariencia, una demostración artificial de que las cosas cambian, porque de otro modo, estas cosas no sucederían.
El choque fatal del Sarmiento, puso en evidencia las viejas y criticadas falencias de la gran mayoría de los servicios públicos, y nuevamente se volvió a instalar en la agenda mediática la falta de mantenimiento y controles en el sector. Pero el "tsunami" mediático causado por la tragedia solamente duró unos días, y ya poco se habla de quienes deberían cargar con la muerte de 51 personas. Los medios son un aparato ideológico más. Pese a todo, hasta hoy prevalece el escepticismo a más de un mes de aquel día. Los usuarios ya no creen que el servicio pueda mejorar su calidad, menos aún se cree en que la justicia resuelva adecuadamente el caso.
Nuevamente el cambio parece ser aparente. Fuimos espectadores de una puesta en escena teatral similar a la que siempre vemos. Funcionarios desligándose de responsabilidades, políticos sentenciando el accionar estatal, las mismas clases de moral de siempre. Renuncias, insultos en el senado, lágrimas de cocodrilo y peleas que implícitamente ayudan a que nuestra mirada focalice sobre las cuestiones de segundo orden, las cuestiones que no tienen importancia. Estamos bajo el mismo letargo de siempre.
La indignación y la acción concreta solamente la protagonizaron un puñado de personas en la estación de Once, el día de la fatal noticia. Insultos, desesperación y violencia no deben interpretarse como un acto de barbarie, sino que debe contextualizarse en la desesperación, en la bronca y el dolor, y en la valentía del querer cambiar y no creer en la misma sanata de siempre, la sanata de los políticos y funcionarios públicos, de quienes tienen el ¿liderazgo moral? para guiar a la sociedad desde una banca en el congreso o desde un "puesto ñoqui". Señoras y señores, una vez más estamos ante la teatralización de una tragedia, hecho que solamente llevará a que la rueda siga girando.
No hay comentarios:
Publicar un comentario